En los últimos días, hemos tenido la oportunidad de leer el comunicado de Ecologistas en Acción Guadalajara, que se ha pronunciado en defensa del lobo y su inclusión en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE). En él, se destaca que no hay sobreprotección de la especie, que no hay riesgos para las personas y que, según ellos, el lobo no está causando una proliferación descontrolada. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, esta visión se aleja de la realidad que viven quienes habitan en la Sierra Norte de Guadalajara, donde la presencia del lobo ha dejado de ser un tema meramente de debate teórico para convertirse en una preocupación cotidiana de quienes viven del campo. Lo primero que hay que tener claro es que la cantidad de lobos que deben habitar la Sierra Norte no la determinan desde una mesa de café en la ciudad, ni mucho menos quienes no pisan el campo más que en contadas ocasiones. El campo tiene sus propios ritmos, su propia realidad, y quienes mejor conocen esa realidad son los ganaderos, agricultores, el sector cinegético y los vecinos de los pueblos. Son ellos los que, con su trabajo diario, mantienen vivo el territorio, protegen los paisajes y contribuyen, de forma directa e indirecta, al cuidado del medio ambiente. Ellos son los que deben ser escuchados, y no los ecologistas que, a base de teorías y en muchos casos, subvenciones, deciden lo que debe ocurrir con los ecosistemas sin tener en cuenta los efectos de sus decisiones sobre quienes realmente viven allí. Los ecologistas defienden que la protección del lobo debe ser absoluta, que no hay necesidad de regular su población. Según su postura, no hay un riesgo para las personas ni un daño significativo. Sin embargo, quienes viven en estos territorios saben que la situación no es tan sencilla. Si los lobos son pocos, como afirman, basta con observar la devastación que están causando para entender que incluso una población pequeña ya está afectando gravemente a la actividad ganadera, uno de los pilares de la economía rural. Los ataques a los rebaños son cada vez más frecuentes, y las pérdidas económicas que esto supone no se pueden ignorar. No se trata solo de una cuestión ecológica o de un capricho de unos pocos; es una cuestión de supervivencia para muchas familias que dependen del ganado para vivir. Estos ataques son un golpe directo a sus economías y a su modo de vida. Y no estamos hablando de una problemática aislada. En la Sierra Norte, como en muchas otras zonas rurales, la vida no es como en la ciudad. Las necesidades y las realidades son distintas. Mientras algunos en las ciudades se quejan de las palomas que manchan sus coches o de las ratas en las alcantarillas, los vecinos del campo luchan todos los días para mantener a salvo sus animales, sus cultivos y sus medios de subsistencia, como es el sector cinegético, el cual ayuda a que los pueblos sigan existiendo. Los ecologistas parecen ignorar esa realidad, como si el campo fuera un lugar sin dueño, abierto para que cualquiera venga a dictar sus reglas sin tener en cuenta el sufrimiento y los sacrificios de los que realmente lo habitan.

Desde nuestra perspectiva, el campo tiene unos dueños legítimos: los ganaderos, los agricultores, los habitantes de los pueblos y los sectores cinegéticos. Son ellos quienes, con sus impuestos y esfuerzo, mantienen el parque y permiten que el entorno siga siendo viable. Son ellos quienes conocen mejor que nadie el terreno y quienes deben tener la última palabra en cuanto a cómo gestionar la convivencia con el lobo. Si los ecologistas, desde sus despachos, opinan sobre lo que deben hacer los que viven en el campo, debería ser en función de la realidad que estos viven, no de un enfoque que desconoce por completo las dificultades del día a día rural. Es cierto que el lobo forma parte de los ecosistemas y que su presencia tiene un papel importante en el equilibrio natural. Pero también es cierto que su población debe estar regulada, porque no se puede permitir que un número elevado de lobos arrase con el trabajo y el esfuerzo de los que viven de la tierra. Los lobos deben tener su lugar en la Sierra Norte, pero esa convivencia solo será posible si hay un control adecuado que permita que todos los actores puedan coexistir: los ganaderos, los pueblos, los cazadores, los ecologistas y, por supuesto, los lobos. No se trata de eliminar a los lobos, sino de garantizar una convivencia equilibrada. La situación actual demuestra que los lobos, tal y como están, ya son demasiados. Su presencia está afectando seriamente a la ganadería, lo que pone en riesgo la vida de quienes dependen de ella para vivir. Y no se trata de una lucha contra el lobo, sino de una lucha por mantener un equilibrio en el que todos podamos convivir. Los ganaderos no son los enemigos del lobo, pero tampoco pueden ser los grandes perdedores en este escenario. Por eso, las políticas deben cambiar, y la protección del lobo debe ser regulada, de manera que se respeten tanto los ecosistemas como la vida de las personas que viven y trabajan en el campo.

Es importante señalar que los ecologistas en su comunicado hablan de la necesidad de convivir con el lobo. Sin embargo, la realidad es que lo que proponen es imponer una protección absoluta de la especie sin tener en cuenta las consecuencias para la gente que vive en el campo. A nosotros nos gustaría ver una mayor consideración por parte de quienes dictan las políticas desde la distancia, con un mayor respeto por quienes luchan cada día para vivir en un entorno que, aunque hermoso, es también desafiante. Y mientras los ecologistas sigan dictaminando desde sus cómodos hogares urbanos, los que verdaderamente entienden la situación somos los que vivimos, trabajamos y convivimos con la naturaleza todos los días. Además, no debemos olvidar que, los cotos de caza en la Sierra Norte, están sufriendo estos ataques de lobos continuos. Aunque pueda ser difícil de entender para quienes no viven en el campo, la realidad es que los corzos y los venados están desapareciendo a un ritmo alarmante, lo que afecta gravemente a los gestores de los cotos de caza. Los daños económicos para los gestores de estos cotos son muy parecidos a los que sufren los ganaderos. Por eso, resulta fundamental que, al hablar de ganaderos y agricultores, también se mencione a los cinegéticos, quienes, como otros sectores del medio rural, también se enfrentan a pérdidas debido a la proliferación de lobos. La presencia del lobo no solo está afectando a los rebaños, sino que está poniendo en peligro la fauna cinegética y el sustento de quienes gestionan los cotos de caza. Es imprescindible que estos sectores tengan una voz más fuerte en el debate, ya que son ellos los que están soportando una parte importante de las consecuencias de la sobreprotección del lobo.